Revista Gremium

Arquitectos paisajistas mayas y estética territorial en la Península de Yucatán

Mayan landscape architects and territorial aesthetics in the Yucatan Peninsula

Byrt Wammack Weber

Doctorado en economía política y filosofía continental (U-Texas-Austin, 1997), maestría en economía de America Latina de la misma universidad (1993), y licenciatura en antropología de la Universidad de Washington-Seattle (1981). Miembro artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte de FONCA 2015-2018, profesor de Artes Visuales en la Escuela Superior de Artes de Yucatán y director fundador de la organización mexicana de arte en medios, Yoochel Kaaj. Actualmente desarrolla el proyecto “Translocaciones Estéticas de un Territorio Post-Contemporáneo”, apoyado por FONCA, y es co-investigador del proyecto “Saberes vernaculares y territorialización en la Península de Yucatán” (UCS-CIR-UADY). Contacto: byrt@yoochel.org

Recibido: 16 de mayo de 2018.
Aceptado: 19 de junio de 2018.
Disponible en línea: 01 de agosto de 2018.

CC BY-NC-ND

Resumen

El milenario sistema milpero, practicado por las culturas mesoamericanas durante más de cinco mil años, es un sistema sustentable, productor de alimentos, saberes, significaciones y conocimientos, que hoy en día conforma el llamado “patrimonio biocultural” de México. En lugar de la rotación de cultivos, este sistema emplea la rotación de campos y el barbecho para gestionar de manera eficiente los recursos naturales y para mantener la productividad de la tierra. Las áreas boscosas se desmontan para la siembra, los cultivos se cosechan durante dos o tres temporadas, después de lo cual se regenera la vegetación natural del bosque (Bruun, 2009, p. 375). En la Península de Yucatán, este sistema ha sido perfeccionado por los mayas durante miles de años, creando una estética material e inmaterial, propia de la cultura, que no sólo expresa las especificidades en sitio de la Península, sino también las formas particulares en que éstas han sido apropiadas; tal como lo demuestran recientes investigaciones acerca de los saberes constructivos, propios de la arquitectura maya peninsular que (re)producen las casas y tablados tradicionales, en conformidad a códigos de edificación no escritos (Sánchez Suárez y Vizcarra de los Reyes, 2017; Sánchez Suárez, 2015). Sin embargo, el patrimonio arquitectónico maya no se limita a viviendas y tablados, sino que es inseparable de la arquitectura maya de paisaje; basado en el proceso de intervención y regeneración, que precede por milenios las metodologías desarrolladas y promovidas por Frederick Law Olmsted, pionero de la arquitectura de paisaje del Siglo XIX.
Palabras clave: milpa maya; arquitectura del paisaje; paisajismo forestal.

Abstract

The milpa, as practiced by Mesoamerican cultures for more than five thousand years, is a sustainable system that is productive of food, knowledge, meanings and know-how, and as such, is an important part of Mexico’s “biocultural heritage”. This system, also known as “slash-and-burn”, uses field rotation and fallowing, instead of crop rotation, to efficiently manage natural resources and maintain the productivity of the land. Selected forest areas are cleared, the crops are harvested for two or three seasons, and then left to allow the natural vegetation of the forest to regenerate (Bruun, 2009, p. 375). In the Yucatan Peninsula, this system has been perfected by the Mayans for thousands of years, imparting a material and immaterial aesthetic, particular to Mayan culture, which not only expresses the specific features of the Peninsula, but also the particular ways in which these have been appropriated, as shown by recent research on the knowledge employed in the construction of traditional peninsular Mayan architecture that (re) produces the traditional houses and public arenas in accordance with unwritten building codes (Sánchez Suárez and Vizcarra de los Reyes, 2017; Sánchez Suárez, 2015). However, Mayan architectural heritage is not limited to dwellings and public arenas but is inseparable from Mayan landscape architecture, based on a process of intervention and regeneration, which precedes for millennia the methodologies developed and promoted by Frederick Law Olmsted, pioneer of landscape architecture of the 19th century.
Keywords: Mayan milpa; landscape architecture; forest landscaping.

Introducción

Las espectaculares fotografías que acompañan la lista de sitios designados por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), como “Importantes Sistemas del Patrimonio Mundial Agrícola” (SIPAM)[1], dejan en claro que estos ingeniosos sistemas son producto de una arquitectura paisajística altamente especializada. Pero, a diferencia de los sitios como Chichén Itzá, que están designados por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, los SIPAM no son obras monumentales, sino “sistemas vivos que seguirán evolucionando en función de las necesidades y la demanda de quienes los mantienen, tales como pequeños agricultores, familias y pueblos indígenas” (FAO, 2013). Aunque estos sistemas se consideran vernáculos, sus diseños paisajistas claramente involucran decisiones estéticas y constructivas que parten de una profunda comprensión ecológica con respecto a la flora, la fauna, el manejo de bosques y tierras, los sistemas meteorológicos e hidrológicos y el manejo integral de incendios, entre otros. Al mismo tiempo, es claro que la designación de los Sistemas del Patrimonio Mundial Agrícola se basa no sólo en sus posibles contribuciones al mundo agrícola actual, sino también en las cualidades “pictóricas” de estos paisajes vernáculos; en la medida en que éstas se ajustan a los estándares actuales de belleza que, a su vez, determinan cuáles servirán como “destinos” para el mercado del turismo internacional. Tal es el caso de las chinampas de Xochimilco, que fueron designadas como Importantes Sistemas del Patrimonio Mundial Agrícola en 2017; la primera distinción de esta naturaleza para México.

Figura 1. Sistema Agrícola Chinampa, Ciudad de México. (Foto: GIAHS Secretariat, FAO).

La milpa maya de la Península de Yucatán es también un ingenioso sistema de patrimonio agrícola que, además de formar parte importante del llamado “patrimonio biocultural” del País, es una obra paisajística que contribuye a las estéticas de paisaje del llamado “Mundo Maya”. Sin embargo, a diferencia de los SITAM, la milpa maya ha sido relegada a lo que un autor llama el “cuarto mundo” de comunidades mayas peninsulares (Evans, 2004, p. 316), las cuales están sujetas a procesos de marginalización, mientras que su patrimonio colectivo se utiliza selectiva y simbólicamente con fines económicos, sin su participación en la administración e interpretación.

En este artículo examino cómo un sistema agrícola de tanta envergadura como la milpa maya se ha quedado marginado a un “cuarto mundo” de comunidades mayas, en vez de ser incluido en el registro de Importantes Sistemas del Patrimonio Mundial Agrícola. Primero analizo qué significa ser paisajista maya y en qué consiste el trabajo milpero. Luego indago cómo y por qué hacer milpa es una labor estigmatizada. En tercer lugar reconozco cómo se transforman las preferencias del público y qué factores influyen en los cambios. Por último presento un breve análisis crítico del modelo de desarrollo actual; el cual se basa en el turismo y los sitios de patrimonio arquitectónico. En particular examino cómo se construye un supuesto “patrimonio cultural” de comunidades y milpas “boutique”, que sirven para la promoción de un turismo “cultural” que comercializa estereotipos, mas no educa al público sobre las milenarias contribuciones mayas al conocimiento y a la gestión sustentable de los recursos naturales y paisajes del territorio peninsular. Sostengo que el turismo sólo puede considerarse “cultural” si educa al público acerca de la cultura y sus contribuciones al mundo actual. El sistema de milpa maya no sólo contribuye al patrimonio biocultural de la Nación; también es un sistema sustentable para la administración integral de los bosques y la gestión estética del paisaje.

El paisajismo del milpero maya.

Las milpas mayas son obras paisajísticas que forman parte importante del complejo arquitectónico propio de la cultura maya yucateca y, por lo tanto, de la estética del paisaje territorial de la Península de Yucatán. Desde luego, este complejo arquitectónico incluye estructuras tales como la casa maya, los tablados para las corridas de toros y las estructuras en las milpas o ranchos para el almacenamiento del maíz y otras semillas (Sánchez Suárez and Vizcarra de los Reyes, 2017; Sánchez Suárez, 2015). Pero también incluye obras paisajísticas, tales como el solar y las diferentes clases de milpas; entre ellas: la “tumba”, que se refiere a la milpa en su primer año de cultivo; la “cañada”, que alude a las milpas en su segundo o tercer año de cultivo (Porter-Bolland, Sánchez González y Alan Ellis, 2008, p. 75); y también las milpas que se construyen principalmente para atraer animales de caza para el autoconsumo, designadas por Santos-Fita, et al (2013) como “comedero-trampa”. En su conjunto, este complejo arquitectónico cobra sentido a través de las estrechas interrelaciones que se mantienen entre las diversas obras arquitectónicas y paisajísticas.

Las milpas forman parte de un sistema agroforestal –el sistema milpa–, que emplea la rotación de campos boscosos para gestionar de manera eficiente los recursos naturales y mantener la productividad de la tierra. Primero se selecciona un sitio adecuado, se tumba la mayoría de los árboles y se despeja el área de arbustos y ramas sueltas para permitir una quema controlada a una temperatura relativamente baja, lo que incauta el carbono en forma de biochar persistente (Nigh y Diemont, 2013). La quema llena el cielo con “enormes nubes de humo”, tal como el artista Robert Smithson observó durante su viaje al sureste mexicano en 1969 (Smithson, 2011, p. 18), luego se siembra el área despejada con una gran variedad de cultivos que se cosecharán durante dos o tres temporadas, después se regenerará la vegetación forestal por un periodo de 10 a 25 años (Nigh y Diemont, 2013, p. 45).

No se trata de abandonar la milpa, como sugiere el uso de este término por algunos autores (Uribe Valle y Petit Aldana, 2007, p. 138), pues la regeneración y sucesión forestal en el ju’ché –la milpa en proceso de regeneración– se gestiona a través de la selección de especies forestales; dando prioridad a las especies arbóreas más valiosas (Stavenhagen, 2013, p. 4). De esta manera, el sistema milpa no sólo afecta la composición de los bosques a corto plazo, sino también la trayectoria de regeneración que se gestiona para mayor aprovechamiento. Por ende, la milpa nunca es una obra paisajista terminada, sino una obra en proceso, una “dialéctica del paisaje”, como decía Smithson (2009, p. 173).

La milpa maya tradicional, como todavía se practica, representa una inversión ancestral en la formación y conservación del paisaje, en la gestión del suelo y los bosques, y en la administración de la biodiversidad y el hábitat para flora y fauna (Stavenhagen, 2013). De hecho, el actual paisaje forestal de las selvas peninsulares –la “montaña” y montes altos– es, en gran parte, producto de prácticas de paisaje milenarias asociadas al sistema milpa, tales como el cultivo de maíz y otras especies seleccionadas entre un repertorio de más de 70 tipos, también es resultado del manejo del bosque en unidades forestales, y de las antiguas prácticas silvícolas; muchas de las cuales aún se practican en la actualidad (Porter-Bolland, Sánchez González y Ellis, 2008, p. 70). Se maneja cuidadosamente la sucesión de diferentes especies de plantas para contribuir a la fertilidad del suelo y la biodiversidad y, de esta manera, la milpa maya da forma a la ecología del bosque y contribuye a la construcción de un suelo antropogénico, o “antrosol” (suelo que ha sido fuertemente modificado por actividades humanas) con  fertilidad en constante aumento (Nigh y Diemont, 2013, p. e46).

La densa distribución de caoba que fue explotada durante la década de 1950 en los bosques de Calakmul es sólo una de las huellas de las milenarias prácticas paisajísticas, pues la regeneración de esta especie es escasa en bosques no perturbados (Martínez y Galindo Leal, 2002, p. 25). De hecho, la huella de intervención humana en el paisaje forestal y en la composición del suelo es tan clara que algunos autores se refieren a los bosques contemporáneos de las tierras bajas mayas como “un jardín”, pues más del 95% de las especies arbóreas dominantes son útiles para el uso humano (Nigh y Diemont, 2013, p. e46).

La construcción del “cuarto mundo” maya

Actualmente, los montes peninsulares –conocidos como “la montaña”–  en los que se ha desarrollado el sistema milpero del pueblo maya yucateco están en la mira de diversos intereses ajenos, tal como la agroindustria, el turismo y los programas de ordenamiento y desarrollo, y como tal son sujetos al despojo, abandono, exclusión, o deforestación para la agricultura intensiva, la ganadería, o la construcción.

Entre las armas más eficaces en la batalla por estos milenarios paisajes agroforestales están los discursos que, por un lado, desprecian los saberes y prácticas asociadas al sistema milpa y, por otro, los proyectos productivos y de capacitación que promueven la integración de la economía milpera al mercado. Independientemente de la falta de evidencias, el sistema milpero es estigmatizado como una expresión de la pobreza, ambientalmente destructivo, causante de la deforestación, de la degradación del suelo y contribuyente a las emisiones de dióxido de carbono (Bruun, 2009, p. 376). Discursos como estos contribuyen a la marginalización de lo que habla Evans cuando se refiere a las comunidades del “cuarto mundo” (Evans, 2004, p. 316).

El uso sesgado y engañoso de datos relacionados a la tumba-roza-quema es una de las principales herramientas que se emplean para estigmatizar el sistema milpa. Por ejemplo, en un reciente artículo de divulgación acerca de su programa “El proyecto Milpa Sustentable en la Península de Yucatán”, el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) describe el sistema milpa de esta manera:

“Tradicionalmente, el sistema milpa consiste en acondicionar nuevos terrenos para la agricultura utilizando el sistema de roza y quema. Sin embargo, después de dos o tres años, el suelo comienza a deteriorarse y se tienen que acondicionar otros terrenos. Estas prácticas han contribuido a la deforestación, el aumento de las emisiones de CO2 y la pérdida de valiosa biodiversidad local” (CIMMYT, 2017).

Resulta revelador que este mismo texto forma parte de un artículo en la revista electrónica Vocero Ganadero y Agrícola (Vocero Ganadero y Agrícola, 2017), ya que la ganadería comercial, cuyo órgano de difusión apunta al sistema milpa como causante de la deforestación, es una de las actividades que más ha provocado la deforestación, junto con la agricultura mecanizada.

En contraste, lejos de ser una causa de deforestación, el sistema milpa maya, es una forma de gestión agroforestal que ha contribuido enormemente a la biodiversidad forestal y alimenticia, así como al patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México (Boege Schmidt, 2008).

Mientras que la milpa existe en una dialéctica constante con el bosque –una milpa en constante devenir en bosque–, los ganaderos y agricultores no-milperos usan la tumba-roza-quema para deforestar permanentemente las áreas selváticas; para luego convertirlas en pastizales para la ganadería, o sembradíos para cultivos comerciales; generalmente involucrando sistemas de mecanización. Eso provoca la pérdida de especies y degrada los suelos químicamente debido a la disminución de nitrógeno y materia orgánica (Rullán-Silva, Gama-Campillo, Galindo-Alcántara y Olthoff, 2011) y, a la vez, transforma a los agricultores del futuro en consumidores de agroquímicos y contaminadores de sus propios sistemas acuíferos y ecosistemas.

Figura 2. Deforestación permanente para ganadería (Foto: Wammack Weber, 2018).

Aquéllos que no conocen las prácticas milperas y sus temporalidades se engañan fácilmente al pensar que cualquier incendio forestal ha sido iniciado por los campesinos en preparación para la siembra. Por lo tanto, cualquier incendio sirve a particulares con interés en apoderarse de la tierra campesina, ya que lo utilizan como “prueba” de que el sistema milpa contribuye “a la deforestación, el aumento de las emisiones de CO2 y la pérdida de valiosa biodiversidad local”, tal como afirma el CIMMYT (2017).

La realidad es que hemos sido testigos de numerosos ejemplos de tumba-roza-quema (en muchos casos a destiempo con las necesidades milperas) en los estados de Campeche y Quintana Roo; que forman parte de una estrategia de deforestación permanente para la agricultura mecanizada, la ganadería, o para cultivos no tradicionales, tales como la piña.

El constante discurso estigmatizado, así como la promoción de la ganadería y los grandes proyectos de agricultura mecanizada, tal como el arroz, sorgo y chile jalapeño, también tienen el efecto indirecto de cambiar los regímenes milperos y alentar la deforestación. Por ejemplo, ya está cambiando la dinámica itinerante de la milpa en algunas partes de la región maya, pues se está usando la milpa como paso intermedio entre el establecimiento de pastizales y/o agricultura mecanizada y, de esta manera, se transforma el papel de la milpa “en la conformación de la composición y estructura del paisaje” (Porter-Bolland, Sánchez González y Ellis, p. 75).

Si la deforestación, el aumento de las emisiones de CO2 y la pérdida de biodiversidad causada por el sistema milpa son factores suficientes como para abandonar lo que de otra manera es un Importante Sistema del Patrimonio Mundial Agrícola (no designado), con una historia de más de 5,000 años sin plaguicidas y fertilizantes, entonces se deberían abandonar también las otras actividades y sistemas que provocan la deforestación, el aumento de las emisiones de CO2 y la pérdida de la biodiversidad. Sin embargo, es precisamente la agricultura intensiva practicada por las agroindustrias lo que más ha provocado la deforestación y que representa la amenaza más grave para la biodiversidad de la tierra (Patterson, 2004, pp. 3-4), aunque los proyectos de construcción y desarrollo también contribuyen. De acuerdo a múltiples estudios, la agroindustria es el más destructivo de todos los regímenes de uso de la tierra, debido a sus muchos efectos negativos sobre el medio-ambiente, tales como: devastación de especies silvestres causada por el uso de químicos, pérdida de hábitat de vida silvestre, fragmentación del entorno, daño irreversible de suelo, reducción de la calidad del terreno y del agua, contaminación del acuífero y de las aguas superficiales y subterráneas, proliferación de especies no autóctonas que ahogan las variedades nativas, pérdida de recursos genéticos, y extirpación de grandes mamíferos, entre otros (Patterson, 2004, pp. 3-4).

No es la intención de este artículo presentar un estimado del número de hectáreas que han sido transformadas en pastizales y agricultura mecanizada a través de la deforestación, pues hay una amplia bibliografía sobre el tema, basta señalar algunos ejemplos. En las décadas de los 70 y 80, la promoción de proyectos de ganadería y agricultura mecanizada en el estado de Campeche resultaron en la pérdida de, al menos, medio millón de hectáreas de bosque, y un solo proyecto de arroz mecanizado dio como resultado la deforestación de otras mil hectáreas contiguas de bosque en el mismo estado (Porter-Bolland, Sánchez González y Ellis, 2008, p. 73). En paralelo, la deforestación para la construcción de carreteras, hoteles y otra infraestructura relacionada a la Ruta Maya ha cambiado significativamente la cubierta forestal (Martínez y Galindo Leal, 2002, pp. 27-8).

Paisajes agrícolas y preferencias estéticas.

Durante las últimas décadas, el público europeo se ha mostrado receptivo a la agricultura como elemento del paisaje, en particular cuando se trata de la agricultura tradicional o “antigua” (Burton, 2012, pp. 51-2). En consecuencia, se han promovido varias políticas en Europa para alentar a los agricultores a cambiar su rol de productores agrícolas intensivos a custodios sociales, ambientales y estéticos del paisaje (Burton, 2012, pp. 51-2). Estas políticas se han fundamentado en diversos estudios, con público en Europa y Asia, que han arrojado resultados similares: por lo general, el público prefiere paisajes naturales, verdes, boscosos, culturalmente tradicionales, semi-abiertos con algo de agua, y organizados, pero no demasiado. Los mismos estudios han mostrado que los paisajes que menos gustan a los visitantes son los paisajes agroindustriales (“paisajes blandos”, de acuerdo a un autor), aunque tampoco les agradan los paisajes sin elementos naturales; tales como las nuevas construcciones urbanas (Burton, 2012, pp. 51-2). Sin embargo, el público nacional e internacional que visita la Península de Yucatán no ha mostrado la misma receptividad a la agricultura como característica del paisaje. Mientras que los paisajes rurales de Europa, con sus mosaicos de asentamientos, pastos y campos, a menudo recuerdan a los escritores de viajes de coloridas colchas de retazos salpicadas de pueblos pintorescos, los paisajes de la península de Yucatán provocan sensaciones bastante diferentes. Para algunos, las casas mayas y otras estructuras tradicionales son símbolos de la pobreza, irrelevantes, rezagos del pasado. Esto se debe, al menos en parte, a sus vínculos con las prácticas agrícolas estigmatizadas por los discursos públicos, tal como hemos visto. Para otros, las construcciones mayas se reducen a tipologías vernáculas distribuidas escénicamente en el paisaje, replicables, mejorables; quizás pintorescas y encantadoras, pero sin ningún vínculo o interrelación con el paisaje agroforestal milpero.

Como ya hemos dicho, entre los elementos más estigmatizados del sistema milpa está la quema, a pesar de que los mayas y otros pueblos indígenas no son los únicos que utilizan la quema como herramienta agrícola o como mecanismo de gestión forestal. La quema agrícola es una práctica vigente en muchos países de África y Asia, no obstante también de Canadá y de Estados Unidos, en donde se expiden permisos de manera similar al sistema de los estados de la Península de Yucatán. Tanto el Servicio Forestal de los Estados Unidos como su contraparte en Canadá emplean la quema controlada (o “prescrita”) en la gestión de sus bosques. Cuando empezaron este programa en Canadá, hace más de 90 años, tuvieron que enfrentar las percepciones negativas del público durante décadas, en parte debido a “la actitud tradicional europea de que los incendios forestales son simplemente destructivos” (Wagner, 1990, p. 133).

Esta misma actitud se presenta en las percepciones del público acerca del sistema milpa. Por ejemplo, durante un recorrido de trabajo por la Península de Yucatán, a principios de la década del 2000, llegamos a una extensión de bosque, a un lado de la carretera, que recientemente había sido quemada en preparación para la siembra. “¡Dios mío!” –exclamó la representante de una organización internacional que nos acompañó–, “¡me entristece tanto ver cómo los campesinos destruyen el bosque!”. A medida que continuamos nuestro viaje, nos encontramos con otras áreas donde el nuevo y vibrante crecimiento forestal había dejado tan pocos rasgos de las milpas en proceso de regeneración que no provocó más expresiones de desesperación sobre la “destrucción” percibida poco antes en el bosque.

Figura 3. Milpa recién tumbada y sembrada. En cinco años estará́ llena del nuevo crecimiento forestal. (Foto: Byrt Wammack Weber)

Desde luego, el uso indebido de la quema es dañino a los sistemas forestales, pero el uso adecuado, basado en saberes ancestrales, trae beneficios positivos, tal como reconoce la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP):

“El fuego puede ser bueno para preservar el hábitat, reducir las amenazas y mantener los valores productivos y culturales. El fuego ha sido parte de las prácticas agrícolas y forestales utilizadas por las sociedades durante milenios y en muchas zonas tiene un uso extensivo. Eliminar el fuego en un ecosistema, sin tomar en cuenta su relación ecológica, las especies susceptibles, la estructura y los componentes culturales que lo rodean, puede traer consecuencias negativas…” (CONANP, 2011, p. 17)

De hecho, hoy en día existen programas de pregrado y posgrado en “ciencia de incendios forestales”, en los que enseñan los mismos conocimientos sobre el uso del fuego en el manejo forestal que los arquitectos paisajistas mayas generaron y transmitieron de generación en generación durante miles de años. Tales programas entienden la ciencia de incendios forestales como: “el estudio del fuego como un proceso ecológico y de su aplicación como herramienta de manejo forestal. Los estudiantes aprenden cómo controlar los incendios forestales y cómo los incendios prescritos pueden mejorar el hábitat, preparar semilleros, y controlar los insectos y las enfermedades del bosque, y reducir los riesgos de incendios por la acumulación de combustible ” (Colorado State University, 2017).

Las preferencias paisajísticas no son estáticas, ya que dependen, al menos en parte, de los conocimientos y las herramientas conceptuales con que cuenta el público y otros observadores para “leer” o “interpretar” el paisaje. Por lo tanto la educación, formal e informal, desempeña un papel primordial en la formación de estas preferencias. Por ejemplo, estudios en Europa y Nueva Zelanda, acerca de las preferencias paisajísticas de los propios agricultores, muestran que su apreciación del paisaje incorpora significados sociales e interpretaciones de la naturaleza que concuerdan con sus conocimientos relacionados a su práctica agrícola. Mientras que el público estudiado se mostraba más receptivo a los paisajes agrícolas “tradicionales” (como ya hemos visto), las formas agroindustriales que fueron las menos queridas entre el público en general, fueron las más preferidas por parte de los agricultores industrializados; a la vez que los paisajes naturales o seminaturales predilectos por el público en general fueron los menos gustados por estos agricultores (Burton, 2012, pp. 51-2). Los estudios realizados en Nueva Zelanda con agricultores “convencionales” que dependen de agroquímicos arrojaron resultados similares: todos prefirieron paisajes con una apariencia geométrica y “controlada”.

Por otro lado, cuando se introdujo la agricultura orgánica a Nueva Zelanda, a fines de la década de los 90, surgió otra clase de agricultor, compuesta, en parte, por agricultores industrializados que se adaptaron a la agricultura orgánica. A diferencia de su contraparte “convencional”, estos agricultores mostraron preferencias paisajísticas con formas fluidas y entornos no cuidados –”similar a la naturaleza”–, que concordaban con la filosofía y la práctica de la agricultura orgánica; tal como se había establecido ahí (Egoz, 2007).

Este y los demás ejemplos ponen en evidencia que las preferencias estéticas en cuanto al paisaje son susceptibles al prejuicio y a la estigmatización, pero también son susceptibles al aprendizaje y a la educación.

Paisajistas mayas, estética territorial y turismo cultural.

El turismo en el Mundo Maya se desarrolla principalmente sobre tres ejes: los sitios patrimoniales, la infraestructura turística en el Caribe mexicano (y, en menor grado, otros centros urbanos), y el turismo cultural. Al margen de estos, están las comunidades mayas que, de acuerdo a Evans, conforman un “cuarto mundo” cuyo patrimonio cultural está en oferta, mientras que ellos mismos trabajan en servicios o en la construcción, mas no en los sitios patrimoniales. Son éstas las comunidades que construyeron y continúan manteniendo el complejo arquitectónico, propio de la cultura maya yucateca, con sus obras paisajísticas del sistema milpa, así como las estructuras como la casa maya, entre otras.

Es irónico, pues, que los proyectos de turismo cultural esquiven este “cuarto mundo”, y prefieran construir o gestionar algunas comunidades mayas “boutique”, y hasta milpas “boutique”; en donde los visitantes puedan experimentar lo que presentan como “autenticidades” de primera mano. Mientras que los paisajes del “cuarto mundo” están sujetos a proyectos de bienestar y otras intervenciones construidas de cualquier modo, y que ignoran por completo las preferencias estéticas de la gente, los proyectos de desarrollo, ya sean gubernamentales o no gubernamentales, pretenden crear comunidades boutique que están arregladas para cumplir los deseos y expectativas de los visitantes y sus guías. El caso que analiza Yassir Rodríguez Martínez (2017a y 2017b) a profundidad es uno de muchos casos semejantes, pero muestra claramente cómo el turismo cultural ignora el patrimonio agrícola que aún sostiene la cultura maya.

Insistimos que un turismo que no educa al visitante sobre la cultura anfitriona, no es turismo cultural. Queda claro que los paisajes agroforestales construidos por los agricultores mayas no se adhieren a las normas de belleza paisajística que actualmente dominan la mirada turística, y tampoco se adaptan fácilmente como destinos para el turismo. Pero las preferencias paisajísticas son susceptibles al aprendizaje y a la educación. Tal como vimos líneas arriba, los agricultores de Nueva Zelanda aprendieron a manejar sus cultivos con métodos orgánicos y, desde ahí,  desarrollaron una apreciación estética por el paisajismo “descuidado”.

Podemos especular cómo cambiarían las preferencias del público peninsular y de los visitantes nacionales e internacionales si, en vez de oír las diatribas en contra de la tumba-roza-quema, tuvieran la oportunidad de aprender acerca del paisajismo agroforestal maya y sus contribuciones a la biodiversidad, a los suelos antrosol, a la composición de los bosques, al manejo integral del fuego, así como a las múltiples relaciones entre las milpas forestales, los solares y las estructuras arquitectónicas.

A fin de cuentas, el paisajismo maya tiene algo en común con lo que influyó a los agricultores orgánicos de Nueva Zelanda, pero también con las nociones no tradicionales del pintoresco que influyeron a Frederick Law Olmsted, pionero de la arquitectura de paisaje en el siglo XIX. Como observó el artista Robert Smithson, los parques de Olmsted existían antes de que estuvieran terminados (Smithson, 2009, p. 174), lo que significa que nunca se terminaron. En el mismo sentido, las milpas nunca se “acaban”, sino que existen, junto con las casas mayas y otras estructuras, en lo que Smithson (2009, p. 173) llamaba una eterna “dialéctica del paisaje”. Más aún que los parques de Olmsted o los programas de educación científica, este importante sistema de patrimonio mundial agrícola –el sistema milpa maya–, ofrece importantes lecciones para nuestra actualidad. Falta reconocerlo y repensar el turismo cultural.

REFERENCIAS

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NOTAS

[1]     Administrado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).

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