Luis Fernando Guerrero Baca
Octubre del 2020
CC BY-NC-ND
Aunque la tierra ha sido empleada para la edificación desde hace milenios, el estudio sistemático de las obras patrimoniales y las actividades tendientes a su conservación son relativamente recientes. En muchos lugares del mundo se le empezó a prestar atención a estas obras apenas a finales del siglo XX pues, en gran medida, eran consideradas manifestaciones de “arquitectura menor” que, además, no parecían poderse conservar a largo plazo.
El auge que adquirió la construcción con tierra a partir de los años setenta como resultado del movimiento hacia el diseño ecológico derivado de la crisis petrolera, hizo que se empezara a poner atención en aquellas obras que eran claramente sostenibles por haberse conservado en buen estado tras miles de años desde su elaboración.
La exposición titulada “Arquitectura sin Arquitectos”, que se había llevado a cabo en 1964 por Bernard Rudofsky en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y que fue acompañada por la publicación de un libro con el mismo nombre, jugó un papel muy destacable en una tendencia en la que por fin se volvía la mirada hacia las obras no monumentales. La evidencia de los valores de manifestaciones culturales que habían sido realizadas con materiales de origen natural, y que mostraban su permanencia cuando eran aplicados y combinados correctamente, hizo posible que progresivamente fueran tomando un lugar en el patrimonio, como muestras significativas de la evolución cultural, pero también como fuente de aprendizaje de diseño.
Pero tuvieron que pasar todavía más de quince años para que, tanto en el suroeste de Estados Unidos como en Francia e Italia, se empezaran a articular estrategias tendientes a la discusión sobre la manera de enfrentar la conservación de componentes constructivos tan singulares como los realizados a partir de la transformación de las arcillas, limos y arenas. Hasta entonces se empiezan a proponer cursos y a realizar congresos internacionales con la misión de intercambiar experiencias sobre el registro de deterioros y los procesos de intervención de estructuras de adobe, tapia, bajareque y tierra modelada.
En la actualidad, la disciplina se ha robustecido de manera contundente gracias a la vinculación con diversas áreas profesionales, en torno a su estudio y salvaguardia. La aplicación de las ciencias de los materiales, las ingenierías y el empleo de instrumentos de análisis de última generación, han permitido avanzar en el conocimiento de la microestructura de las estructuras, pero también en la comprensión de sus respuestas ante diferentes tipos de eventos atmosféricos y telúricos.
En esa gama de estudio se ubican los artículos que contiene el presente número de la revista Gremium, que tiene por objetivo la difusión de investigaciones aplicadas tanto al conocimiento material como histórico de estructuras térreas, a fin de sentar bases sólidas para el desarrollo de acciones de conservación y restauración.
La presentación de los artículos incluye obras prehistóricas, y termina con el análisis de estructuras del siglo XX. La distribución geográfica del origen de los textos es igualmente amplia. Se cuenta con artículos procedentes de España, México, Nicaragua, Perú y Chile.
La información desplegada permite poner en evidencia la necesidad de superar la anacrónica idea de categorizar a las edificaciones por su fecha de elaboración. El aprendizaje que se tiene de los edificios precolombinos sirve para entender las respuestas estructurales de obras recientes. Del mismo modo, las medidas tomadas para la protección de inmuebles contemporáneos construidos con tierra se pueden aplicar a los de otras épocas, siempre y cuando se analicen sus condiciones materiales y, sobre todo, la relación de cada vestigio con su contexto natural y cultural.
La publicación de los artículos que contiene el presente número llena diversas lagunas epistémicas tanto en lo referente a la metodología de aproximación a las obras preexistentes como a la previsión de su respuesta futura al ser restaurados y reutilizados en regiones de alta sismicidad. Contrariamente a lo que se suele suponer, la arquitectura de tierra ha estado presente desde tiempo inmemorial en sitios en los que los terremotos son frecuentes, y esto ha permitido la evolución de culturas constructivas a partir de atávicos procesos de “ensayo y error”. La construcción con tierra, que suele ser vista como una manifestación vulnerable y técnicamente poco desarrollada, en realidad se sustenta en información depurada generación tras generación desde hace miles de años, hasta alcanzar el clímax tecnológico del que somos testigos en nuestros días.
La ausencia de información escrita acerca de los procedimientos que se siguieron en la antigüedad para construir y conservar los inmuebles realizados con materiales tradicionales, hace necesario utilizar sus vestigios como única fuente de información. Es por esto que la permanencia de cada detalle constructivo y huella en el territorio debe ser celosamente protegida, porque en su forma y microestructura almacena información invaluable que incluye, desde la selección de su materia prima y técnica de manufactura, hasta la organización y cosmovisión de la sociedad en la que fue producida.
El mantenimiento preventivo y conservación del patrimonio construido con tierra ayudan a dar vigencia y actualidad a estos saberes tradicionales que siempre se transmitieron de manera empírica, pero que ahora cuentan con el apoyo de las disciplinas científicas para su validación y posible aplicación en contextos diferentes a los originales.
Aunque aparentemente cada obra es única por su momento de gestación y por su ubicación geográfica, la edificación térrea posee una especie de “código genético” compartido, que se deriva de su estructura material. La identificación de esta información y su puesta en práctica, hace posible la permanecía de un patrimonio natural y cultural, tangible e intangible, que cobra vida en cada componente del patrimonio construido con tierra.