Revista Gremium

El Templo de San Ignacio de Loyola en Pátzcuaro

The Temple San Ignacio de Loyola In Pátzcuaro

Carlos Alfonso Ledesma Ibarra

Doctorado en Historia del Arte por la UNAM; Maestro en Historia del Arte por la UNAM y Licenciado en Historia por la Universidad Autónoma del estado de México.Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Univer- sidad Autónoma del Estado de México (UAEMéx).

Email: cledesmai@yahoo.com.mx

Recepción: 27/03/2014

Aceptación: 12/04/2014

CC BY-NC-ND

RESUMEN

En este artículo se analizan algunas de las características arquitectónicas del Templo de la Compa- ñía de Jesús en Pátzcuaro. El Templo de San Ignacio de Loyola procede de los primeros años del siglo XVIII y su construcción denota la intención de los jesuitas de integrarse en el discurso visual y urbano de esta ciudad antigua sede episcopal fundada por don Vasco de Quiroga–. Con esa intención se realiza un estudio con base en algunos conceptos propios de la arquitectura jesuita y algunos de los elementos de este templo se comparan con otros edificios de la población.

Palabras Clave: Templos Jesuitas, Pátzcuaro, patrimonio religioso

ABSTRACT

This article analyzes some of the architectural characteristics of the Temple of the Company of Jesus in Patzcuaro. The Temple of San Ignacio de Loyola was tion to an intention to join the Jesuits of the visual and urban discourse in this city-ancient bishopric founded by Don Vasco de Quiroga. With this intention a study is done based on some concepts from the Jesuit architecture and some of the elements of this temple compared to other buildings in the town.

Keywords: Jesuits Temples, Patzcuaro, Religious Heritage

La Compañía de Jesús en Pátzcuaro.

En 1537, Ignacio de Loyola y sus primeros diez compañeros se encaminaron a Venecia con la firme convicción de embarcarse rumbo a Palestina para predicar su fe entre los musulmanes.[1] (Wright,2005,pp.35-37)(Sin embargo, la guerra entre turcos y venecianos frustró sus planes y tuvieron que quedarse en Italia. Desde el siglo XVI, la prédica del Evangelio entre los infieles y las personas comunes resultó primordial entre las tareas de la recién fundada Compañía de Jesús. Así, en 1541, por órdenes del propio fundador, Francisco Javier encabezó la primera misión jesuita con rumbo a la India.[2] (Wright,2005,pp.35-37)De esta forma nació una de las tradiciones misioneras más fructíferas de la Iglesia Católica, la cual sintió la necesidad de extenderse por prácticamente todos los rumbos del orbe. Simultáneamente, los reinos católicos ibéricos ocupaban territorios en Asia, África y el Nuevo Mundo.

No es de extrañar, por tanto, que entre las recomendaciones hechas a los primeros jesuitas enviados a la Nueva España, en 1572, se enfatizara como principal objetivo: “ayudar a los naturales”. Para alcanzarlo se recomendaba, entre otras cosas, que los misioneros vivieran entre ellos y se convirtieran en partes activas de sus comunidades.[3] (Zubillaga,1975,p.625)También, se encomendaba poner mayor énfasis en la educación de los conversos que en fundar nuevas misiones, al menos entre los primeros enviados.[4](Gante,1958,p.33) Los jesuitas ya habían sido invitados a fundar un establecimiento en Pátzcuaro por el primer obispo de Michoacán, Vasco de Quiroga, quien en 1547 mandó una carta a Roma donde pedía que viniesen a participar en la labor misionera en su obispado.[5](Ramírez,1987,pp.19-21)


[1] Jonathan Wright, Los jesuitas. Una historia de los “soldados de Dios”, [trad. de José Antonio Bravo]Debate, México, 2005, pp. 35-37.

[2]Idem.

[3] Félix Zubillaga, “Los jesuitas en Nueva España en el siglo XVI. Orientaciones metódicas”, en La Compañía de Jesús en México. Cuatro siglos de labor cultural (1572-1972), JUS, México, 1975, p. 625.

[4]Idem. También Cfr. Pablo C. de Gante, Tepotzotlán. Su historia y sus tesoros artísticos, Porrúa, México, 1958, p. 33.

[5] Francisco Ramírez, El antiguo colegio de Pátzcuaro, [Est., ed., notas y apén. de Germán Viveros], El Colegio de Michoacán-Gobierno del Estado de Michoacán, México, 1987, p. 19-21.


En 1574 llegaron los primeros jesuitas a la pujante ciudad de Michoacán (Pátzcuaro), sede del episcopado del mismo nombre, y recibieron como donación el templo que había funcionado como catedral provisional y el Colegio de San Nicolás, ambos edificios levantados durante el obispado de Vasco de Quiroga. En 1580, por diversos motivos, la sede episcopal se trasladó a la naciente Valladolid (hoy Morelia), por lo que entre los jesuitas se debatió la idea de llevarse allá su colegio, cuestión exigida por el obispo. No obstante, éste permaneció en Pátzcuaro debido al interés, la devoción y las generosas donaciones de los vecinos. Los jesuitas recibieron tal cantidad de dádivas que hasta pensaron que el colegio podría sobrevivir sólo de limosnas.[6] (Ramírez,1987,p.32)En 1584 un rayo provocó un incendio que destruyó el templo de la Compañía de Jesús, pero con la ayuda de los naturales, éste se reconstruyó. Un siglo más tarde, a finales del siglo XVII,  este edificio, nuevamente, estaba en construcción. Para dicha tarea se contrató un maestro alarife local, el mulato, Juan de los Santos. En 1717 aconteció la consagración del Templo de San Ignacio de Loyola que hoy conocemos.[7] (Silva,1997,pp.66-67)

Para mediados del siglo XVIII, los jesuitas poseían en Pátzcuaro un templo y dos colegios: el Seminario Real de Santa Catalina, fundado a petición de los caciques y principales de los naturales, en el lugar donde antiguamente enseñaban los jesuitas a los nobles purépechas las letras elementales y la cátedra de gramática –antiguo Colegio de San Nicolás–; y el Colegio de San Ignacio,también conocido como el “Colegio Grande”, donde se enseñaban filosofía y teología moral.[8](CONACULTA,p.17) Estos edificios fueron conservados por los religiosos hasta su expulsión en 1767. Con el destierro de los jesuitas, este próspero conjunto arquitectónico cayó en el descuido y en un consecuente deterioro durante parte del siglo XVIII y la centuria siguiente, hasta llegar a ser cuartel durante la Revolución Mexicana.[9] (Ramírez,1986,pp.147-148) Hoy, estos edificios han recuperado parte de su antigua importancia y están  en activo: el templo, en sus actividades originales de culto; el Colegio de Santa Catalina como Museo de Artes Populares, y el Colegio de San Ignacio como Centro Cultural Ex Colegio Jesuita.


[6] Ibidem, p. 32.

[7] Gabriel Silva, “El universo, la casa, los rincones. El uso del espacio público y privado en Pátzcuaro durante los siglos XVII y XVIII” en Carlos Paredes (director), Historia y sociedad, UMSNH, Michoacán, 1997, pp. 66 – 67.

[8] Centro de Información Documental de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes Informe Dirección de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural, CONACULTA, p. 30.

[9] Esperanza Ramírez Romero, Catálogo de monumentos y sitios de Pátzcuaro y la región lacustre, Gobierno del Estado de Michoacán-UMSNH, México, 1986, pp. 147-148. También véase: Informe Dirección de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural, CONACULTA, p. 36.


Descripción arquitectónica del Templo de San Ignacio

Ubicación

El Templo de la Compañía de Jesús está situado a una cuadra de la plaza principal, hacia el este. Limita al oeste con la actual Calle Lerín y al norte con la explanada del propio colegio. Este espacio le otorga al templo una mayor visibilidad y presencia si se transita desde la Basílica de Nuestra Señora de la Salud hacia este edificio (entrada del Camino Real a la ciudad durante la época virreinal).

Asimismo, se observa la idea de la Compañía de Jesús de alzar sus fachadas frente a alguna plaza, pues dicho elemento parecía proporcionarle mayor impacto visual frente a los transeúntes; incrementaba la jerarquía del inmueble y permitía realizar diversos eventos públicos. No sería extraño pensar que este espacio se utilizaba para diversas actividades: representaciones teatrales, peregrinaciones, predicación, certámenes de estudiantes, entre otras prácticas comunes de la Compañía de Jesús en espacio públicos.

Al oriente, la construcción limita con un solar que fue parte del colegio y al sur con una propiedad particular. Su eje longitudinal está orientado de sur a norte. Su fachada principal mira hacia este último punto, donde se despliega una explanada rectangular limitada al este por un paramento del antiguo Colegio de la Compañía. Su fachada lateral culmina en la Calle Portugal, que asciende suavemente desde la plaza principal. El ábside plano destaca sobre el caserío aledaño y remata visualmente la calle Lerín que se quiebra al llegar a este sitio.

El templo se levanta sobre la explanada que constituía el antiguo centro ceremonial purépecha más importante de Pátzcuaro, el cual se extendía desde donde se encuentra la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, catedral inconclusa de Vasco de Quiroga, el antiguo Colegio de San Nicolás (transformado en el colegio de Santa Catalina) y el antiguo Hospital de Santa Martha que se transformó, en parte, en el Convento de Monjas Catalinas en el siglo XVIII. Es muy probable que su orientación de sur a norte se deba a las condiciones del terreno que presenta una elevación al oriente. Asimismo, le permite conservar la unión visual con la explanada de la Basílica y las fachadas de los dos colegios y, por medio de su fachada lateral, con la plaza principal de la población.

Descripción de la planta

La iglesia posee una planta en forma de cruz latina de 10 metros de ancho por 37 metros de fondo. Casi una relación de cuatro a uno. En otras palabras, en la planta alargada se concentraban prácticamente todos los feligreses, pues los brazos son reducidos para contener a los asistentes y están ocupados por imágenes y retablos. En los brazos de la cruz, el ancho llega a 20. 5 metros guardando toda la simetría posible con cada uno de sus brazos iguales. El presbiterio mide 7.5 metros de profundidad por los mismos 10 metros de ancho. Su portada principal (15 metros de ancho) es antecedida por la explanada descrita. Cabe mencionar que este tipo de planta debió ser completamente original en relación con los anteriores templos, los cuales, seguramente, eran de una sola nave. Posee una portada secundaria, al oriente, que mira a la plaza principal; una torre se levanta en el ángulo noroeste y la sacristía se ubica tras el ábside. También cuenta con una entrada al occidente que permite el ingreso directo desde el colegio del mismo nombre sin la necesidad de transitar por el exterior.[10](?)


[10] Los datos se obtienen de los planos presentados en el Proyecto de Rescate y Restauración del Ex Colegio Jesuita de Pátzcuaro a cargo del licenciado Jaime Emilio Muñoz y el arquitecto Ignacio Solís, 29 de octubre de 1990.


Fachada

Su fachada principal está dividida en dos cuerpos. En el primero se localiza la puerta de entrada cuyo arco de medio punto es de estrado moldurado, con jambas tableradas y se enmarca por un par de pilastras dóricas de fuste estriado y con tráncales en su primer tercio. Las pilastras se levantan sobre pedestales ornamentados con guardamalletas y un par de pequeños rombos. El entablamento ostenta como friso una gruesa moldura. Los ejes de las pilastras se hacen resaltar en el entablamento con los remates piramidales [Figura 1]. Por su parte, la puerta de madera muestra abundantes claveteados de bronce entre los que destaca la figura de un felino (muy probablemente un león).[11] (Ramírez,1986,pp.147-148)


[11]Esperanza Ramírez Romero, Loc. Cit. Las descripciones de los edificios de esta investigación se basaron y revisaron en comparación con el trabajo de este catálogo.


Figura 1. Fachada del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007

En el segundo cuerpo se abren tres ventanas: al centro la ventana coral con marco rectangular tablereado, señalada la clave y una guardamalleta bajo la repisa. En los extremos se abren dos ventanas octagonales con profundo derrame [Figura 2]. Sobre la cornisa de la ventana coral aparece un nicho que aloja la

escultura de San Ignacio de Loyola, titular del templo. Este elemento fue común en otros edificios jesuitas: la advocación del padre fundador era recurrente, al considerársele un ejemplo de virtud y santidad. La escultura se apoya sobre una base proyectada hacia fuera del paramento. El nicho se ornamenta con una concha tallada en la parte superior y dos pequeñas pilastras tableradas. El paramento cierra primero con una cornisa trilobada y finalmente con un imafronte curvo rematado al centro con una cruz de piedra. Este imafronte curvo fue agregado cuando se colocó la bóveda de madera en el interior y se tuvo que subir el nivel de los muros. El paramento original trilobulado llega en su extremo poniente hasta la altura del cubo de la torre, la cual se alzaba libremente en su primer cuerpo y no estaba obstruida por el imafronte como se ve ahora. La fachada denota sencillez acompañada de equilibrio y simetría. Tal vez, sean éstos los tres valores fundamentales de la construcción y que parecen denotar el discurso visual de un edificio que buscaba insertarse en la tradición histórica constructiva de los edificios de la ciudad, pero sin descuidar las recomendaciones propias de las construcciones jesuíticas donde “nada sobra”. Es más: por sus formas y ornamentación recuerdan las formas y composiciones arquitectónicas inspiradas en los tratados de arquitectura del Renacimiento.

Figura 2. Detalle de la fachada del Templo de San Ignacio de Loyola.eee
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007

El cubo de la torre está dividido en dos partes. Su paramento queda al ras de la portada sin mediar separación alguna; se observa unidad entre las dos partes de la fachada. En el cubo de la torre aparecen dos ventanas: una cuadrada y otra pequeña ventana conopial que mira al oriente y revela, por su forma y detalle, la mayor antigüedad de esta parte del conjunto [IFigura 3]. Posiblemente, sólo se hubiesen modificado el remate y los cuerpos de la torre, y no el cubo, en la construcción de finales del siglo XVII. Otra posibilidad, es el rescate de esta ventana que, por su delicada talla, se obtuvo de otra parte del antiguo templo de Vasco de Quiroga (mediados del siglo XVI) o la primera reconstrucción jesuita de 1584.

Figura 3. Detalle del cubo de la torre del Templo de la Compañía de Jesús.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2008.

La torre consta de dos cuerpos [Figura 4]. El primero es cuadrangular y el segundo octagonal. En el primero se abren cuatro arcos de medio punto cuya saliente imposta sirve de sostén a las vigas de donde penden las campanas. Los medios puntos aparecen entre dos pilastras tableradas de escasa proyección. Sobre la cornisa viene el basamento del cuerpo octagonal, cuatro de sus lados están horadados por arcos y en los cuatro restantes se hacen ángulo con el cuerpo inferior; se ubican cuatro remates piramidales sobre pedestal ornamentado, también, con guardamalletas. Este cuerpo es bastante sobrio, sólo resalta la cornisa moldurada de donde arranca el capitel octagonal en cuyo vértice se apoya una cruz de hierro forjado con su veleta. Uno de los arcos del primer cuerpo de la torre lo ocupa la carátula del reloj de legendario origen.[12]


[12] Cuentan los lugareños que este reloj fue expulsado de alguna ciudad de España por negarse a marcar la hora en que se realizaría una ejecución ordenada por el emperador Carlos V. La situación desembocó en el destierro del aparato y la salvación del condenado.

Figura 4. Torre del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2008

En el costado poniente del edificio se encuentra la portada lateral por donde se accede desde la calle proveniente de la plaza principal [Figura 5]. Se asciende primero por una escalinata que compensa el desnivel entre el costado sur y el frente, hasta llegar al vano que cierra en un medio punto de extradós moldurado inscrito entre dos pilastras toscanas sobre un alto pedestal; el entablamento aparece sólo con el molduraje del arquitrabe. La puerta de madera es semejante a la de la portada principal. Arriba de este elemento se abre una ventana rectangular, que sigue el eje central de esta composición; pero ésta, a diferencia de la fachada principal, carece de todo elemento decorativo.

Figura 5. Fachada lateral del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007.

La bóveda del Templo de la Compañía en Pátzcuaro es una cubierta de media tijera que dejó atrás la solución de una techumbre de dos aguas y adoptó la bóveda de madera. En consecuencia, se aprecia la “modificación a la fachada con el añadido de muro en la parte alta, para dar cabida a esta bóveda; en el interior del tapanco, es posible observar los cambios sufridos en los espesores de los muros al formar el escalonamiento necesario para descansar el techo abovedado”.[13](Torres,sn/a,p.346) Este sistema de bóveda obedece más a una intención formal y decorativa que constructiva, pues la bóveda es un elemento independiente de la cubierta y de los muros, y se aprovecha de estos últimos para apoyarse y su alcance estructural consiste en la capacidad de librar el claro al cual es sometida.

La bóveda actual proviene de principios de la centuria pasada. Por lo tanto, el edificio, seguramente, tuvo un techo de dos aguas de teja en la época virreinal.


[13] Luis Torres Garibay, “Cubiertas de madera en construcciones eclesiásticas de Michoacán”, en Carlos Paredes (coord.), Op. Cit., p. 346.


Esta característica se puede observar mejor en las fotografías anteriores a la restauración donde la estructura de la bóveda aparece sobrepuesta. Lo más probable es que la caída de los techos haya ocurrido en la década de los treinta, según descripciones de la época y documentos del proceso de restauración.

Interior del Templo.

La planta cruciforme guarda buenas proporciones, con magnitudes similares en los brazos del crucero y el presbiterio. También en la distribución de los espacios interiores la proporción y la simetría son valores privilegiados de los constructores. Los muros corridos se interrumpen en el crucero por dos arcos de tres centros apoyados en pilastras de alto pedestal, fuste, intradós y extradós canalados. Los arcos se encuadran hacia el lado de la nave por dos pilastras, también acanaladas, cuyo capitel llega hasta la cornisa que corre en lo alto de los dos muros a lo largo de toda la nave. La cubierta de la nave longitudinal es de bóveda de cañón, escarzada y manufacturada con tablones de madera apoyados en ocho arcos fajones, dos de los cuales descargan en las pilastras mencionadas. Los brazos del crucero se cubren con viguería, lo que produce un efecto de desequilibrio visual y revela un conflicto constructivo, de acuerdo con la estudiosa Esperanza Ramírez; aunque este efecto es propio de la colocación posterior de la bóveda y no del proyecto original.[14] (Ramírez,1986,pp.147-148)

El espacio está iluminado por dos ventanas octagonales y una rectangular en el coro y cuatro ventanas rectangulares, dos en el crucero y dos en la nave. La luz se concentra en el presbiterio y en el crucero, quedando el resto del templo poco iluminado. La ventana ubicada frente a la portada lateral, está obturada en sus funciones por una capilla adosada a este costado, la cual permitía la comunicación entre el colegio y el templo. La entrada a la capilla se efectúa a través de una puerta de amplias proporciones y jambas de anchos pedestales; bajo el aplanado se observa la huella de un frontón triangular que remataba la puerta [Figura 6]. En el dintel aparecen en relieve, tres círculos estrellados y al centro del frontón, un círculo mayor con el anagrama de Jesús y los tres clavos dela pasión (símbolo de la Compañía de Jesús). De esta capilla se ascendía al coro por una escalinata de piedra que también se comunicaba con el colegio.


[14] Esperanza Ramírez, Loc. cit.


Figura 6. Entrada a la capilla del Templo de San Ignacio.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2008

El presbiterio y los brazos del crucero se separan del resto de la nave mediante una balaustrada de madera; el piso, por su parte, se eleva a un nivel más alto. En los pies de la iglesia se ubica el coro que realza su importancia con un entarimado sobre ménsulas de madera y con un entarimado de balaustres torneados. El coro es bastante estrecho, más bien parece un pasillo acoplado a los muros en forma de “U”.

El ábside es plano; en el muro se observa una banda horizontal, a la altura de la cornisa, como huella de la cubierta anterior que debió ser plana, de viguería, como aún resta en los brazos del crucero. Al sustituirse la viguería por la bóveda de cañón, se tuvo que elevar la cubierta exterior del tejado a dos aguas, aumentando la altura de los muros como atestiguan las dos clases de adobe que se aprecian al exterior y el imafronte de la fachada principal. En los brazos del crucero se localizan dos portadas que dan entrada a dos anexos junto al presbiterio. Son portadas con marco de cantera y decoración típica de fines del siglo pasado. En el ábside hay dos puertas sin marco que conducen a la sacristía.[15] (Ramírez,1986,pp.147-148)


[15] Idem.


Los muros de adobe están cubiertos por una capa de aplanado color blanco. Bajo la cornisa se desarrolla una cenefa interrumpida con los símbolos del escudo de don Vaso de Quiroga que rememoran el carácter catedralicio que tuvo esta iglesia durante el siglo XVI antes de que se usara con ese fin el edificio de la actual Basílica; además, este edificio alojó en su interior, durante más de 300 años, los restos del primer prelado de Michoacán. Los rectángulos de la cubierta se decoran con una cenefa pintada con los mismos motivos vegetales, pero sin los símbolos del escudo familiar del obispo Quiroga.

De igual modo, es importante reflexionar sobre la impresión de grandeza y amplitud de los espacios del edificio; esta característica contrasta, actualmente, con el descuido y las alteraciones sufridas por el templo, pues se ha perdido la unidad arquitectónica y estilística. Por ejemplo, la diferencia en la cubierta entre la nave y los brazos del crucero o la pérdida de los antiguos retablos y la austeridad de los actuales, que resultan pequeños respecto del edificio como se observa claramente en el ábside [Figura 7].

Figura 7. Vista del presbiterio desde la nave del Templo de San Ignacio.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007

En otras palabras, sus dimensiones, debido a limitaciones económicas posteriores a la expulsión de la Compañía de Jesús, derivaron en estructuras no proyectadas en proporción con los espacios donde han sido colocadas. También debe mencionarse la anarquía y el desorden en la distribución de las esculturas y pinturas por la nave, la capilla y la sacristía: sin orden, ni selección y provenientes de las diferentes épocas de la historia del templo.

La arquitectura de la Compañía de Jesús y sus valores

La Compañía de Jesús y sus actividades tienen un objetivo fundamental: la salvación del alma. En consecuencia, sus acciones, los objetos y arquitectura que le acompañan deberán estar al servicio de éste. Además, debe entenderse que la orden nacida en el siglo XVI en plena reforma religiosa en Europa no perseguía intereses de enclaustramiento o mendicidad. No era ésta una orden que pensaba quedarse encerrada en monasterios dedicada a una vida contemplativa y de oración; por el contrario, su misión era actuar entre los laicos y repercutir en ellos para cambiar actitudes y conductas.[16] (Wright,2005,pp.61-62)El propio fundador de la orden lo había expresado: “[…] que la materia y el espíritu, ya redimidos, no podían ser intrínsecamente perversos: por el contrario, los sentidos –los sentimientos, y los afectos– eran una vía tan legítima como la razón misma para la búsqueda de las verdades esenciales”.[17](Mues,Slazar,2003,p.110)

Más todavía: el método de reflexión ideado por Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales no niega o busca anular los sentidos, por el contrario, se apoyó en ellos para lograr una reflexión y una conversión mucho más sentida y significativa. Por lo tanto, no se desprecia el arte y, en particular, la arquitectura, pues se estima que los espacios propicien las actividades en éstos desarrolladas: educativas o litúrgicas. En otras palabras, todo indica que la importancia de la arquitectura reside en lograr los fines y no se da tanto énfasis en los medios para alcanzarlos; por lo tanto, éstos podrían modificarse. Al final, la espiritualidad de la orden, su universalidad, su carácter evangélico y su orden práctico parecen definir el orden estético del edificio estudiado.


[16] Jonathan Wright, Op. cit., pp. 61-62.

[17] Paula Mues Orts y Nuria Salazar Simarro, Moradas, bienes y doctrina: los colegios jesuitas en la Nuevas España”, Ad majorem Dei Gloriam, Universidad Iberoamericana, México, 2003, p. 110.


Dentro de la historiografía de la historia de la Compañía de Jesús aparecen dos categorías de análisis para sus acciones y obras materiales: la acomodatio y el modo proprio o modo noster. El primero de estos términos refiere a la necesidad que tiene la Compañía de Jesús de adaptarse a los pueblos, comunidades y lenguas a las que se llega a evangelizar. Casi a partir de su fundación, la Compañía adoptó la misión como su labor fundamental. La predicación entre cristianos y no cristianos guió (aron), en buena medida, sus actividades. En consecuencia, su rápida expansión y su vocación ecuménica impulsaron la intención de predicar y evangelizar en las tierras recién descubiertas para los europeos.[18] (Wright,2005,p.77)El enfrentamiento de los misioneros con culturas milenarias, quizá, los llevó a reflexionar sobre la necesidad de adaptarse a otras ideas, otros lenguajes y otras formas de percibir los espacios y las imágenes.[19](Corsi,?,pp.150-151) En este sentido, parece que la mayoría de los templos prefirió esta tipología, pues su adaptación trató de ser mimética con las poblaciones donde se asentaron; pero, al mismo tiempo, procuraron establecer un lenguaje visual que les permitiera diferenciarse de los otros edificios religiosos en la población. Ésta, al parecer, fue la tendencia seguida por la mayoría de los templos de la Compañía de Jesús. No obstante, conviene matizar dicho concepto, pues en el pensamiento de varios de los primeros evangelizadores mendicantes, en la Nueva España, también se encontraba la idea de aprovechar aquellos elementos religiosos comunes que propiciaran el aprendizaje y la adopción de la nueva religión.

A pesar de lo anteriormente referido, bajo el generalato del padre Everardo Mercuriano (1573-1580), durante el cuarto Prepósito General, se promovió la creación de unos planos, realizados por el padre Rosis, que servirían como modelos para los futuros edificios de la Compañía de Jesús. A esta acción puede aludirse el nacimiento del concepto del modus noster.[20] (Rodriguez,2002,pp. 26-27)?En el mismo sentido, se debe recordar el tratado de arquitectura encargado al  jesuita Giuseppe Valeriano, quien recomendaba en el manuscrito para los edificios jesuitas: solidez, higiene y austeridad, consejos que parecen correr en un sentido semejante.[21] (Pfeiffe, 2001,p.37)Sobre esta categoría de análisis, el estudioso Heinrich Pfeiffer alude a la recomendación que exigía que los proyectos constructivos fuesen aprobados por el Generalato en Roma. Esta supuesta centralización en la aprobación de los planos arquitectónicos ayuda a sustentar dicha categoría de análisis. Sin embargo, según otros especialistas, el modus noster es la subordinación de las formas a las funciones como el propio padre Claudio Acquaviva lo recomendaba desde 1590.[22] (Mues et al,2003,p. 147) Sobre esta última idea coincide la mayor parte de los especialistas contemporáneos. Más aún, a esta afirmación podríamos sumar la cantidad de formas, estilos e interpretaciones observadas en los templos de la Compañía de Jesús.


[18] Jonathan Wright, Op. cit., p. 77.

[19] Elisabetta Corsi, Op. cit., pp. 150-151.

[20] Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, La arquitectura de los jesuitas, EDULIPA, España, 2002, pp. 26-27. También véase: José Armando Hernández, Nuestra Señora de Loreto de San Luis Potosí, UIA-El Colegio de San Luis, México, 2009, p. 47.

[21] Heinrich Pfeiffer, S.J., “Los jesuitas. Arte y espiritualidad”,Artes de México. Colegios Jesuitas, núm. 58, México, 2001, p. 37. También véase: José Armando Hernández, Loc. cit.

[22]  Paula Mues Orts y Nuria Salazar Simarro, Op. Cit., p. 147. También véase: José Armando Hernández, Loc. cit.


De acuerdo con la mayoría de los especialistas, las necesidades específicas de cada lugar: terreno, materiales constructivos, recursos financieros, entre otros, definieron las formas de construir en cada uno de los casos. Por ejemplo, era con base en los recursos de cada lugar, que se consideraba la manera de resolver el problema de dotar de agua a los edificios mediante soluciones variadas.[23](Díaz,?,pp.18-22;Hernández(?);Mues,Salazar,(?),p.138) No obstante, se observa en las construcciones de la Compañía de Jesús, generalmente, una predilección por aquellos modelos donde la corrección geométrica y la simetría se encarguen de definir los espacios.

Otra característica común en los templos jesuitas novohispanos es el lugar privilegiado que guardaron los benefactores dentro del edificio. Un par de muestras son los templos de Zacatecas y Puebla: en éstos se colocaron las tumbas de sus principales donantes del lado del Evangelio. En Tepotzotlán, por ejemplo, en la Capilla Doméstica se conserva la escultura de Pedro Ruiz de Ahumada, importante benefactor de la orden. En el caso patzcuarense, parecen tener especial cuidado y agradecimiento por la figura de don Vasco de Quiroga,

 


[23] Marco Díaz, Op. cit., pp. 18-22. También véase: José Armando Hernández, Op. cit.,p. 48; Paula Mues Orts y Nuria Salazar Simarro, Op. cit., p. 138.


cuyos restos se conservaron por mucho tiempo en el templo jesuita. Asimismo, lugar especial guardaba la familia descendiente del antiguo Calzontzin purépecha, también beneficiarios de la orden, quienes igualmente fueron enterrados en lugares privilegiados del templo y el atrio.[24]  ( Alegre,?,p.35;Díaz,(?)p.252)’

En el caso de la arquitectura jesuita de Pátzcuaro se evidencia una clara inclinación hacia el concepto de la acomodatio. El discurso, las formas, espacios y los materiales remiten de manera más decidida a otros edificios de esta población que a otros templos y colegios jesuitas novohispanos. El conjunto constructivo, sus vistas, proporciones y fachadas  encajan sin dificultad en el paisaje urbano de la ciudad. La sencillez y sobriedad del edificio del colegio también pudieran explicarse, sin contradicción, dentro de este sentido de austeridad que llegó a caracterizar a algunos edificios de la orden (modus noster) y otras construcciones tempranas, desde el siglo XVI, de la región tarasca. Así, ambos conceptos no son excluyentes y como en el caso de este conjunto constructivo pueden apreciarse.

Indudablemente, en estos edificios se observa una estrategia visual de la Compañía de Jesús, la cual buscaba identificarse con la población para que ésta, a su vez, se considerara parte de la comunidad jesuítica y, sobre todo, que la propia Compañía de Jesús fuera un eslabón fundamental de la historia de la ciudad fundada por Vasco de Quiroga y a la cual, desde la muerte del prelado, se había tratado de despojar de sus privilegios como ciudad y sede catedralicia. Los jesuitas comprendieron desde temprano la importancia de este personaje y lo adoptaron como la parte fundamental de su actividad en la comunidad, para mostrarse como los continuadores de la inconclusa obra del primer obispo: tanto en lo educativo, como en las misiones serranas y, principalmente, como aliados de la elite indígena y española de Pátzcuaro en constante rivalidad con Valladolid. Asimismo, los ideales de este personaje se ajustaban a la labor cotidiana de los padres ignacianos preocupados por la educación, las misiones y la predicación entre la población en general.

Por otra parte, en la construcción el Templo de San Ignacio ya se tenía una planeación desde el desplante hasta la techumbre en la construcción realizada entre finales del siglo XVII y los primeros años del siguiente siglo. En dicho proyecto, la participación de los jesuitas y la población en la construcción de ambos edificios no fue una cuestión secundaria. La dimensión de los muros en cuanto a espesor y altura del templo y, por supuesto, el tipo de techumbre que ayuda a visualizar las cargas sobre los muros es una evidencia de ello. Es decir, la Compañía de Jesús prefirió formas y métodos constructivos propios de la región que reforzaran su tradición y el sentimiento de propiedad con la feligresía; además que ofrecía la ventaja de disminuir los costos.


[24] Francisco Javier Alegre, Op. cit.,t. 3, p. 85. También véase: Marco Díaz, Op. cit.,p. 252.


En este punto, conviene reflexionar sobre lo dicho por algunos especialistas que estudiaron el Conjunto Jesuita de Pátzcuaro. Entre ellos sobresale lo expresado, primeramente, por don Manuel Toussaint, quien califica el conjunto de “delicioso aspecto, a la vez campestre y castizo, como puede verse en el aspecto de sus tejados y en los grandes patios”.[25](Toussaint,1974,p.159) Destacan, por lo tanto, para este autor el uso de materiales locales en las techumbres y el aspecto de los patios característicos de otras construcciones. Por su parte, Marco Díaz apunta sobre dicho conjunto constructivo:

El conjunto del colegio de Pátzcuaro, por su homogeneidad, nos revela los conceptos iniciales con que fueron realizadas las edificaciones jesuitas; iglesia con planta de cruz latina, y en el colegio claustro alto cerrado. También se observa la adopción de los usos constructivos locales, que habrían de alcanzar gran desarrollo en esta región serrana.[26] (Díaz,?,p.44)

No obstante, esta última afirmación resulta un tanto contradictoria, si se considera que ambos edificios se construyeron hasta el siglo XVIII y que eso que el autor considera como “los conceptos iniciales con que fueron realizadas las edificaciones jesuitas” es producto de construcciones más recientes. Al parecer estos edificios siguen los espacios y perfiles propuestos, quizá, desde el tiempo de Vasco de Quiroga, debido a las necesidades visuales y constructivas propias de esta ciudad, por supuesto, con las modificaciones y características de cada época. Finalmente, Marco Díaz se refiere a “la adopción de los usos constructivos locales”, los cuales, aparentemente, tendrían relación con el uso de mezclas de barro, las cuales aumentan la resistencia del material y su ligereza; así como el adecuado uso de la madera, la teja y el tejamanil de las techumbres.


[25] Manuel Toussaint, Arte colonial en México, 3ª ed., UNAM-IIE, México, 1974, p. 159.

[26] Marco Díaz, Op. cit., p. 44.


Conviene agregar otra consideración de Manuel Toussaint sobre lo que él consideraba una “fachada típica de Pátzcuaro”, calificativo otorgado al referirse al Templo de San Agustín [Imagen 8], cuyo aspecto difiere del caso de San Ignacio, pero cuyo orden y composición se repiten, en cierta medida, en la fachada del templo jesuita: “su gran portada de arco de medio punto y sobre ella una ventana y un nicho”.[27] (Toussaint,?,p.130) Más aún: la ventana en el templo agustino también lleva en su base una guardamalleta. Todos estos elementos observados en el templo de San Ignacio [Figura 2]. Cabe mencionar que la fachada agustina fue posterior, pues se construyó en 1761.[28] (Ramírez,?,p.89)

Figura 8. Portada del Antiguo Templo de San Agustín en Pátzcuaro.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2008

Al calificativo otorgado a la fachada del edificio de San Agustín por Toussaint, debe agregarse su cualidad de “barroco tablereado”. Este concepto ha sido trabajado por Manuel González Galván, quien en su artículo “Modalidades del barroco mexicano” lo define por “el uso exclusivo de pilastras, cuyo fuste, plano y perfil de rectángulo alargado se presta a las libertades del barroco”.[29] (González,1961,pp.48-49) De acuerdo con este autor, el fuste de la pilastra sugiere un tablero y servirá de fondo a diferentes elementos ornamentales. Mención aparte merecen dichos elementos:

La ornamentación vegetal se ausenta para ceder lugar a trazos mixtilíneos de curso planimétrico, característica que viene a lograr pleno desarrollo con la incorporación a la arquitectura de las guardamalletas, esas movidas placas que como faldones planchados alegran y enriquecen las estructuras. […] La guardamalleta llega a ser el elemento formal representativo del barroco…[30](González,1961,p.49)

Las consideraciones de Manuel González Galván resultan interesantes, pues para el caso de Pátzcuaro este elemento decorativo (la guardamalleta) es una constante de su arquitectura. Es necesario referir que Gabriel Silva Mandujano ha realizado un recuento sobre las guardamalletas en diversas fachadas de Pátzcuaro y las múltiples interpretaciones que tuvo debido a su constante uso en esta población durante el virreinato.[31] (Silva,?,p.86) En consecuencia, la fachada del Templo de la Compañía de Jesús en Pátzcuaro y otras fachadas de edificios religiosos podrían clasificarse dentro de este concepto, gracias al cual se explican mejor las características visuales de la fachada de San Ignacio y su relación con la arquitectura de la ciudad.


[27] Manuel Toussaint, Pátzcuaro, p. 130.

[28] Esperanza Ramírez, Op. cit.,p. 89.

[29] Manuel González Galván, “Modalidades del Barroco Mexicano”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, vol. 8, núm. 30, 1961, pp. 48-49.

[30] Ibidem, p. 49.

[31] Gabriel Silva Mandujano, Op. cit.,p. 86.


Características comunes del templo jesuita con otros edificios de Pátzcuaro

La simultaneidad de procesos constructivos en Pátzcuaro a finales del siglo XVII y mediados de la siguiente centuria implican el trabajo de varios maestros de la construcción que comprendieron el discurso de las formas y el paisaje de la ciudad, y parece que estos motivos pesaron para definir los perfiles, los espacios, los elementos, los materiales y las formas de los edificios de la Compañía en esta población. Asimismo, este templo posee la presencia, la sobriedad y la dignidad propias de la arquitectura religiosa jesuita.

Este conjunto constructivo guarda mayores similitudes con otros edificios de la localidad. La composición y distribución de algunos elementos decorativos de la portada jesuita es similar a la de otros templos como San Agustín, El Hospitalito y la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, principalmente. En el último caso, existe una pintura de 1845 donde se observa la fachada de la Basílica con una composición similar a la del templo de la Compañía con un eje vertical de composición: puerta principal de medio punto, ventana coral, nicho y un par de ventanas hexagonales que flanquean la ventana coral.[32] ( Toussaint,1845,pp.109-112)No obstante, debido a las múltiples modificaciones que tuvo el edificio de la Basílica durante el siglo XVIII y principios del XIX,[33] ( Ramírez,?,pp.73-77)no puedo asegurar cuál fue la primera fachada en poseer este orden de elementos en su composición. En este caso, posiblemente, el arquitecto contratado por los jesuitas para su templo siguió un elemento local, que pudo ser  la Basílica de Nuestra Señora de la Salud, en la composición de su portada.

Otro elemento arquitectónico vinculado con otros edificios religiosos de la población se localiza en la torre del templo del Hospital de la Orden de San Juan de Dios [Figura 9]: ésta posee muchas similitudes en construcción y composición con la torre del Templo de San Ignacio, esta última se construyó primero. Al parecer, los elementos arquitectónicos del edificio juanino hicieron a los constructores o benefactores de la obra seguir muy de cerca, en sus elementos constructivos, la torre jesuita. Este elemento reitera la idea y lenguajes en los espacios que se corresponden con el gusto y el discurso visual de Pátzcuaro, y permite vislumbrar la influencia en el trazo y construcción de otros edificios. Curiosamente, el mismo año que se dedicó el templo de los padres ignacianos, 1717, el Templo del Sagrario estaba siendo concluido[34] ( Ramírez,?,p.114)y estos edificios se encuentran separados apenas por una calle [Figura 10]. En este recuento no puede excluirse la bóveda de madera del templo ignaciano, pues a pesar de su reciente modificación dicho elemento es recurrente en la arquitectura de la región y, específicamente, en las construidas para la Basílica de Nuestra Señora de la Salud y el Templo del Hospitalito.[35] . (Ramírez,?,p.86)


[32] Manuel Toussaint, Op. cit.,pp. 109-112: dicha imagen fue analizada por Manuel Toussaint, pues reproduce los terremotos del 7 y 10 de abril de 1845.

[33] Esperanza Ramírez, Op. cit.,pp. 73-77.

[34] Ibidem, p. 114.

[35] Esperanza Ramírez, Op. cit.,p. 86. (Ramírez,?,p.86)


Figura 9. Torre del Templo de San Juan de Dios.
Fotografía: Carlos Ledesma Ibarra, 2007
Figura 10. Vista desde el atrio del Sagrario del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2010

El uso de la guardamalleta, antes mencionado, es otro de los elementos recurrentes en la arquitectura de Pátzcuaro. El investigador Gabriel Silva Mandujano localiza y estudia varias de éstas en su texto La casa barroca de Pátzcuaro. Según esta obra, las primeras guardamalletas se caracterizan por su diseño basado, principalmente, en líneas curvas y roleos, enfatizadas al centro por un monograma. Muchas de estas guardamalletas se localizan en las enjutas de los arcos inferiores del portal, o bien en la clave de éstos. En otras ocasiones, la guardamalleta se colocó bajo las cornisas de dintel, como en la casa de Juan Cesáreo del Solar. [36] (Silva,?,p.86)En el caso del Templo de San Ignacio de Loyola, la ventana coral presenta la guardamalleta más significativa. De acuerdo con la clasificación de dicho autor, ésta debe ubicarse entre las primeras realizadas en la población. La abundancia de este elemento en templos y casas particulares es una constante. Una decoración similar a la guardamalleta observada en el Templo de San Ignacio se localiza en una casa de la plaza principal [Figura 11]. Otro ejemplo interesante al respecto, se localiza en una casa sobre la Calle de las Alcantarillas, en la cuadra siguiente del colegio, cuyas guardamalletas combinan la forma de la fachada del templo e incluyen una talla similar a la realizada en las pilastras del mismo edificio.


[36]Gabriel Silva Mandujano, Loc. cit. (Silva,?,p.86)


Figura 11. Guardamalleta similar a la localizada en el Templo de San Ignacio.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2010.

Por otra parte, quisiera considerar la fachada lateral del Templo de San Ignacio de Loyola, la cual se caracteriza por su sencillez y sobriedad. En este sentido, se observan otras portadas donde se privilegian los conceptos aludidos, por ejemplo, el Templo del Hospitalito [Figura 12]. La comparación entre estas portadas revela una significativa cercanía formal: el arco de medio punto, su marco y la ventana rectangular en la parte superior.

Figura 12. Portada del Templo del Hospitalito.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2008
Figura 13. Portada lateral del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007Figura 13. Portada lateral del Templo de San Ignacio de Loyola.
Fotografía: Carlos Alfonso Ledesma Ibarra, 2007

En este punto, resulta pertinente glosar algunos escritos que me antecedieron, por ejemplo, el informe de restauración a cargo de Jaime E. Muñoz e Ignacio Solís y Morán. En éste se enfatiza la naturaleza renacentista del templo.[37] La idea sobre el origen de las formas de los edificios se respalda en el origen mismo de Pátzcuaro, en la segunda mitad del siglo XVI y la sólida tradición constructiva instituida en ese entonces por el obispo. Los elementos visuales llegados hasta hoy y los narrados por las crónicas, indican que el edificio analizado se encuentra dentro de esta tradición constructiva, cercana a los edificios tradicionales del sitio y alejado de las fachadas profusamente decoradas con diversos elementos. Conviene aclarar que, desde el siglo XVI en Pátzcuaro, inició la construcción de varios de los edificios más representativos de la población. En esas fechas surgió una tradición que no quedó anclada a las formas y modelos propios del siglo XVI, pero que fue incorporando los elementos novedosos de la arquitectura novohispana de una forma ralentizada.


[37] Dicho informe se localizó en el Centro de Información Documental de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y se encuentra fechado en el mes de octubre de 1990.


Con esta idea en mente, se consultaron varios tratados de arquitectura de los cuales se tiene certeza que llegaron a la Nueva España. El comercio y la llegada de estos libros se tiene documentado desde el siglo de la conquista: Marco Tulio Vitruvio, León Alberti y Sebastián Serlio, principalmente.[38] ( Manrique,2001,p.91)

Asimismo, varios de éstos se localizan en las bibliotecas de la propia Compañía de Jesús.[39] (Hernández,?,p.91)Los mismos arquitectos novohispanos, durante los siglos XVI, XVII y XVIII, tuvieron acceso a estos tipo de escritos.[40] (Hernández,?,p.91)Lamentablemente, para el caso de Pátzcuaro esta búsqueda es imposible debido a la pérdida del acervo de este colegio. No obstante, seguramente, no fueron extraños para los constructores de este edificio que, por su oficio, debían estar familiarizados con dichos documentos. Además, la corrección de las formas y los elementos arquitectónicos propios del templo así lo denotan.

Conclusión

El Templo de San Ignacio de Loyola procura el uso de elementos arquitectónicos propios de los edificios de Pátzcuaro, los cuales le permitieron situarse como un eslabón más de la tradición constructiva iniciada por Vasco de Quiroga en el siglo XVI. La tradición fue uno de los valores privilegiados por su arquitecto y que le permiten al edificio coincidir armoniosamente con la mayoría de los edificios religiosos y civiles que le rodean. En este sentido, no es un dato secundario el uso de materiales locales como la madera y el barro que le otorgan un mayor sentido de pertenencia a dicha construcción. No obstante, los jesuitas no se olvidaron de imprimir en este edificio, características propias de su arquitectura: la simetría, la sencillez,  la solidez, el equilibrio y la practicidad. Elementos calificados por algunos especialistas como el Modus Noster.

La tradición es importante en una localidad como Pátzcuaro, donde la historia tiene una carga de melancolía. En la memoria de sus habitantes se guarda la idea de que la sede episcopal fue trasladada a Valladolid por envidias y la ambición de las autoridades eclesiásticas y civiles. De esta forma, el proyecto de Vasco de Quiroga quedaba inconcluso, como los edificios por él proyectados. La Compañía de Jesús se identificó, desde su llegada, con la tradición y el legado del obispo Quiroga, como se manifiesta en diferentes escritos. En consecuencia, no debe extrañar la cercanía de los cabildos español e indígena y de la población en general con los padres jesuitas. Esto también se corroboró en las recurrentes donaciones a los padres ignacianos. Además, del levantamiento armado popular sucedido en protesta por la expulsión de la Compañía de Jesús de la Nueva España en 1767.


[38] Jorge Alberto Manrique, Una visión del arte y la historia, UNAM, México, 2001, p. 222. ( Manrique,2001,p.91)

[39] José Armando Hernández, Op. cit.,p. 91. (Hernández,?,p.91)

[40]Ibidem, pp. 84-85. (Hernández,?,p.91)


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Gremium® | Editorial Restauro Compas y Canto® | ISSN 2007-8773 | volumen 1 | número 2| Julio – Enero 2014 | pp.52-66

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